JEREZ



Camino de Matajaca

 Pasaban las nueve de la noche y el Palacio de Aladro, sede provisional de la Bodeguilla, trataba de penetrar en la oscuridad de sus muros con la lámpara de araña de la estancia principal. Allí, junto a la bota de oloroso, el conspicuo Pedro Pacheco yacía con la cabeza inclinada sobre una mesa, como si todo un mundo de recuerdos estuviera a punto de alejarse en el vuelo efímero del tiempo.
-- Llama a Kubalita, por favor -le dijo don Pedro a un bedel de las antiguas juventudes andalucistas, que le había sido fiel en la travesía de todos los desiertos--. Llámalo,          -- insistió levantado la mano derecha con desmayo--, que tengo que darle una instrucción relacionada con Pepa.
-- ¿Con Pepa, don Pedro?
El líder levantó la cabeza con un esfuerzo sobrehumano y miró de soslayo a aquel muchacho. Fue como si una pesada carga de melancolía le cayera por el cuerpo a modo de nevada, hasta el punto de que si no llega a ser por el tinte sobre el injerto pílico, se le habría encanecido todo el capitel de un golpe. En efecto, las nuevas generaciones de eso que llaman Foro Ciudadano desconocían la personalidad de Pepa, y sólo habían escuchado hablar de la gobernanta por las historias del pachequismo, consultando en la biblioteca de la Bodeguilla las Crónicas del Cabildo.
-- La gobernanta, ssshaval, la gobernanta.
Antes de que don Pedro empinara el codo para libar la primera copa de oloroso con la que entonarse y volver a la realidad de los tiempos, el fiel Kubalita entraba por la puerta de la estancia, después de haber dejado el coche oficial del conspicuo aparcado en zona prohibida para que la gente viera quién seguía mandado en Jerez.
-- Escucha con atención Kubalita. Me han dicho que han visto a Pepa subiendo la cuesta de Matajaca camino de Chiclana, y que va que no hay quien la pueda mirar siquiera de la tensión que lleva encima. Algo le debe haber pasado a esa mujer. Haz lo posible porque vuelva aquí, dile que quiero hablar con ella… Vamos, date prosa.
Pilar Sánchez
El fiel Kubalita llenó la cantimplora de oloroso para que al audi de don Pedro no le faltara de nada, y enfiló la carretera camino de Matajaca dispuesto a cumplir la orden del conspicuo. Fue unos dos kilómetros antes del lugar donde se empieza a divisar la antena de Onda Jerez televisión cuando Kubalita creyó distinguir entre los destellos de los faros de los vehículos la rubia permanente de la gobernanta, que dando unas zancadas impropias de su edad parecía dispuesta a llegar a Chiclana de un salto.
-- Sube, Pepa… -le dijo Kubalita a la gobernanta tratando con dificultad de adaptar la velocidad del coche a los pasos de la buena mujer--. Sube, que dice Perico que quiere hablar contigo.
-- ¿Perico? ¡Mal rayo parta a quien yo me sé!
-- Vamos, mujer, ¿no sabes cómo es? Cualquiera podría pensar que no lo conoces.
Pepa seguía manteniendo el paso de legionario, deteniéndose sólo de vez en cuando para darle una patada a alguna piedra de la cuneta, y una fila de coches empezó a alinearse tras el audi de Kubalita como si se tratara de la cola de un sábado en Área Sur, aquel lugar en el que se iba a construir la última faraonía de don Pedro.
-- Mira, te voy a decir, una cosa –advirtió Pepa deteniéndose en seco y poniendo los brazos en jarra-. Voy a volver y me a oír, ya lo ceo que me va  a oír…
Pepa subió al asiento trasero del vehiculo después de que Kubalita le abriera la puerta como quien cumplimenta a una reina, y cruzó las piernas colocando el codo en el pasamanos, hincando el índice de su mano izquierda en la ceja como si clavara un puñal.
--  Vamos, da la vuelta, que me va a oír.
 Quince minutos más tarde, Pepa entraba por la puerta de Aladro al tiempo que una serie de taconazos de ujieres sonaban a su paso como si se tratase del sonido de una banda de tambores detrás del Prendimiento.

--  Dime, Perico, qué es lo que quieres –disparó la gobernanta al ver al conspicuo junto a la bota con la mirada prendida de la lámpara de araña.
-- A ver Pepa, qué te pasa…
-- No me vengas con zalamerías que ya soy muy vieja para que me camelen.
María José García Pelayo
-- Perdona si he herido tu sensibilidad –dijo don Pedro mirando de reojo a la gobernanta sin atreverse siquiera a hacer más precisiones-.
Pepa se acercó al atril de los discursos, y con todo el pachequismo tras la puerta escuchando por la rendija, tomó la venencia con la mano derecha como hacían los antiguos hombres del tiempo cuando tenían que marcar una borrasca.
-- Esta mañana, cuando entré aquí para supervisar la andana, encontré detrás de la bota de palo cortado este papel.
Pepa le mostró a don Pedro una cuartilla color sepia en la que con una mont blanc alguien había escrito unas líneas. La caligrafía era la de don Pedro, y la firma con moño alto, también.
-- ¿Reconoces esto?
-- Por favor, Pepa, por favor…
Lo que la gobernanta mostraba era la letra de un pacto al que había llegado don Pedro con González Cabañas, presidente de la Diputación y secretario provincial del PSOE. En aquel escrito se daba cuenta de que después de las elecciones, ambos descabalgarían a la Pili (así aparecía en el texto el nombre de la actual alcaldesa, Pilar Sánchez) para que don Pedro apoyara a Cabañas en la Diputación y un segundo edil socialista tomara la alcaldía con el apoyo del pachequismo, si es que entre ambos conseguían la mayoría absoluta, evitando así además que María José García Pelayo consiguiera sentarse de nuevo en el sillón principal del consistorio.
-- No sé qué clase de alpiste te han hecho beber para que caigas en semejante traición, Perico. Ya te dije que si volvía no era para ninguna tontería sino para que Jerez se levantara del estado de postración en que se encuentra. Y tú, al primer descuido, nos vendes echándote en manos de aquellos que te hundieron en su día dejando a Jerez a los pies de los caballos.
-- Pepa, por Dios, ya sabes que yo firmo en un barbecho, pero después me olvido de esos garabatos.
-- Ya, ya… ¿Sabes qué te digo? Que voy a ser yo quien haga el pacto. Voy a reunir a Pilar y a María José y les voy a hacer firmar un documento por el cual acordarán que no pactarán contigo, y aunque ninguna saque mayoría absoluta, gobernará la que más votos consiga, siempre que te cierren el paso. Pilar evitará así que le dé la patada su partido y María José, tener que permanecer en la oposición si consigue más concejales que su adversaria. Sólo si logro convencerlas para que lleguen a ese acuerdo permaneceré aquí, y en todo caso será para vigilar que no pierdas la cabeza ni que ningún Cabañas te vuelva a convencer para que traiciones a Jerez con una componenda que mucho me temo puede ser el descrédito de tu vejez.
   Dicho esto, el pachequismo que escuchaba con la oreja puesta en la puerta de la estancia gritó con una sola voz: ¡¡¡Me encanta Jerez!!! Pepa dio un taconazo en la tarima del atril y le arrancó de un manotazo la cantimplora de oloroso a Kubalita para dale un tiento.
-- ¡¡¡Me encanta Jerez!!!, -remató la gobernanta-, y al señor Cabañas, que le vayan dando.


                        

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                                                                      Capítulo 1


La reconquista del pachequismo

No había constancia, al menos por escrito, de que se hubiesen parado los relojes de Jerez después de aquella tarde de sábado en la que Rafael de Paula salió al coso de la Feria del Caballo y, con las rodillas traspasadas de tornillos, a punto estuvo de acabar clavado en la madera del ruedo. No había constancia, hasta que el otro faraón. Perico Pacheco, se levantó una fría mañana de diciembre de 2010, y con la cabeza aún ladeada para la parte por donde sale el sol, tuvo la idea de iniciar la reconquista de lo que un día fue la verdadera tierra de las mil danzas. Los Pepe López, Taboada, Carmona, Rosa y otros guardianes de las esencias del pachequismo llevaban meses removiendo las conciencias con foros ciudadanos como queriendo anunciar algo importante, como el Bautista, y quienes tenían olfato suficiente ya hablaban de que al aire de la mar que llega de la Bahía lo había trufado el destino con el sabor a oloroso de la bodeguilla de don Pedro. Este cronista, y que Dios me perdone, estuvo a punto de sacarle la buena nueva en una entrevista en la televisión de doña Teófila, alcaldesa de Cádiz, que concedió después de muchos años sin abrir el pico. Pero como suele ocurrir con los buenos caldos, no era el momento, y tampoco era menester alertar al enemigo para que pusiera barreras a la voluntad del faraón antes de que el terreno hubiera sido abonado para su regreso.
Aquella mañana de diciembre, don Pedro se levantó a la hora en que los gallos aún están en su quinto sueño. Se puso el atuendo de correr e inició la marcha por las calles de Jerez. Sólo un puñado de fieles le seguía, y entre ellos José Antonio Carmona… No era como en otros tiempos, cuando medio mundo correteaba a su lado para hacerle la pelota (y perdonen la expresión). “Ya volverán”, pensaba mientras el tupé se le movía como un suflé encima del capitel corintio de su cuerpo. Terminada la carrera, se despachó con un buen desayuno, se acicaló, buscó los zapatos italianos comprados en Nueva York, la chaqueta de Londres, una camisa celeste clara y una corbata de la tienda de la Plaza de San Marcos, en Venecia. No era un pincel, era ni más ni menos que el Pacheco de siempre, y aquellos que le conocían sabían que había llegado el momento de empezar la reconquista.
 Los últimos pachequistas de la resistencia, es decir, los mencionados y pocos más, se citaron en el Gallo Azul para hacer acto de presencia ante el respetable, y enfilaron la calle Larga camino del Mamelón. Y cerca de allí, en un lugar hasta ahora desconocido del Palacio de Aladro, descorrieron los grandes lienzos que cubrían las botas de oloroso, palo cortado, fino y amontillado de la Bodeguilla de don Pedro. Aquel tesoro había permanecido allí durante la travesía del desierto pachequista porque alguien lo había salvado de los desmanes de la Pili (que es como Pacheco acostumbra a llamar a la alcaldesa. El cronista no hace juicios de valor ni se mete en diminutivos. Dios me libre de nuevo). Y allí empezó la liturgia con la que se envolvió la vuelta del faraón, y de la que daremos cuenta como en su momento hicimos, con todo lujo de detalles.


-- ¡Me encanta Jerez!!!!  -dijo el conspicuo golpeando con la mano la bota firmada por el gato Astérix, recordando así el grito con el que se fue de la política aquel día en el Bar Juanito.
-- ¡¡¡Me encanta Jerez!!! –repitió el pachequismo allí presente.
En ese momento, el conspicuo ya había ocupado el atril junto a la bota principal de oloroso, y Juan Moneo, “El Torta”, se encontraba dispuesto para el cante en un rincón de la estancia. Previamente, don Pedro había dado las oportunas instrucciones para que la antigua gobernanta de la Bodeguilla, Pepa, fuese trasladada desde Chiclana a Jerez en una berlina con órdenes al cochero para que llegara en el momento previsto por el conspicuo.

Pssst!!!... Silencio, que empieza a hablar don Pedro.

-- El peor error que han podido cometer mis enemigos es desconocer que soy un corredor de fondo. No en balde, durante lustros y a lo largo de la primera etapa de mi gobernación, mientras Jerez dormía, yo corría por las calles deshabitadas buscando el mejor destino para la ciudad de mis amores…
-- ¡¡¡Me encanta Jerez!!!, gritaron los presentes golpeando cada cual lo que tenía a mano.
-- Ha llegado el momento de la reconquista. Durante dos décadas construimos el mejor Jerez de la historia, hicimos de ella una marca de prestigio ante la que el mundo entero inclinaba la cabeza. No teníamos más ideología que Jerez, y aquello que llamaban populismo pachequista pobló el mapa de esta ciudad de estadios, circuitos, pabellones en exposiciones mundiales…
--- ¡¡¡Me encanta Jerez!!! –volvieron a gritar los presentes. En este momento, Pepe López ya calzaba un cohiba aromatizado con brandy de los que don Pedro guardaba en el humidor de la Bodeguilla, y Juan Taboada libaba el mejor oloroso de la bota principal.
-- Pues bien –continuó el conspicuo mesándose ahora el injerto pílico-, lo que ha quedado de todo aquello está a la vista. Jerez se muere como una Venecia sin góndolas, el centro se cae, las pedanías cierran por derribo, y la Pili (perdonen, de nuevo) sigue contoneándose como si aquí no pasara nada.¡He vuelto para mandar! –dijo don Pedro como si le traicionara el subconsciente-, para volver a poner a Jerez en el lugar que se merece, para levantar esta ciudad de la postración en que se encuentra, y llamo a todos los pachequistas allá donde se encuentren a que me acompañen en este reto, porque no hay afán mejor que la lucha que se libra por la tierra de nuestros ancestros…(El pachequismo presente se miró extrañado al escuchar esta palabra temiendo que don Pedro se hubiera refinado demasiado y perdido así el encanto natural que le era propio).

En ese preciso instante, la puerta principal del Palacio de Aladro se abrió de par en par para dejar pasar a Pepa, la gobernanta, que acompañada de dos ujieres, uno a cada lado, como don Pedro había dejado dicho en prevención de cualquier achaque de quien fuera el alma de la gobernación, se dirigió con esa majestad que siempre le caracterizó hacia el centro de la estancia llegando a situase ante el conspicuo, a sólo dos palmos del atril donde el líder predicaba.
-- Perico, Perico... –dijo Pepa-, no me habrás traído aquí para ninguna tontería. Porque si veo que desfalleces en este nuevo intento, te juro que me vuelvo para Chiclana por el mismo camino que he venido. ¿Sabéis una cosa? –dijo Pepa mirando ahora a todos los presentes-. Cada vez que paso por la calle Horno me acuerdo del Cabildo y casi me tiemblan las carnes al rememorar los años dorados del pachequismo. Pues bien, una cosa os digo: si alguien tiene dudas de que seremos capaces de volver a recomponer  aquel lugar de nuestra historia, juro que lo meto de cabeza en esa bota de oloroso hasta que le salga el alpiste por las orejas.
-- ¡¡¡Me encanta Jerez!!! –gritaron todos ahora, incluido el conspicuo, al comprobar que habían rescatado a la gobernanta de su jubilación con más nervio que nunca.
Llegados a este punto brindaron todos en silencio por el recuerdo de Manolo Parada, y así empezó lo que serán las historias de la Bodeguilla del Cabildo del siglo XXI.

Allá, en el rincón de la estancia, “El Torta” empezaba a entonar su mejor bulería:
Me estoy quitando,
me estoy quitando,
sólo me me meto
de vez en cuando…