jueves, 23 de diciembre de 2010

Arte y negocio

La denominada “ley Sinde” viene a ser un ejemplo de la impotencia de los intelectuales orgánicos o del sistema frente a las nuevas posibilidades de intercomunicación de masas. Con la excusa de controlar el pirateo de los productos culturales se puede abrir la puerta al control de Internet y por tanto de las redes sociales y la comunicación global. Quienes hoy claman por la defensa del valor de la propiedad intelectual son en algunos casos intelectuales que hace tiempo presumían del compromiso social que pasaba por predicar aquello de que el arte, la palabra, la poesía, la canción y cualquier otra obra, dejan de pertenecer al autor y pasan a ser propiedad del pueblo cuando éste las asume. El arte no era propiedad de nadie, al menos eso decían algunos cuando consideraban que el arte era un elemento que la burguesía le había arrebatado al pueblo. Con el tiempo, muchos de aquellos entraron en el mercado, les pusieron precio a sus obras y se convirtieron en voraces recaudadores de derechos. Ayer mismo, un poeta decía en una emisora de radio que el derecho de propiedad es una garantía de la libertad de expresión. Es decir, que hay más libertad de expresión si la obra se cobra que si todo el mundo sin distinción de poder adquisitivo puede acceder a ella… Hasta ahí llegamos. Esta contradicción es tan curiosa como pueda serlo el hecho de que muchos de estos intelectuales que presumen de ser creadores viven en gran parte gracias a subvenciones del ministerio de la señora Sinde, de tal forma que hay quienes quieren cobrar por la obra y conseguir dinero público también para hacer la obra. Es evidente lo mucho que confían en la calidad del producto, y entiéndase producto en su más mercantil acepción ya que ellos mismo así lo quieren.

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