lunes, 17 de enero de 2011

La sicología del final de época


 La sensación sicológica que envuelve el ambiente es de caída de régimen. No se trata de poner en duda la legitimidad de los gobiernos de la Junta, ni mucho menos, pero un poder público que se mantiene durante treinta años crea una pseudocultura que va convirtiéndose en lastre social hasta bloquear el desarrollo mismo de la vida cotidiana. Hay generaciones de ciudadanos en Andalucía que no han conocido más que lo que se ve, carecen de la experiencia del contraste, y por tanto han alimentado sólo un perfil, un lado de la vida pública que, con el tiempo, llega a no importar que sea mejor o peor, es decir, se pierde la capacidad crítica por la imposibilidad de tener un referente diferente a lo que existe.
En este escenario, el golpe del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía ordenando a la Junta que investigue y obre en consecuencia sobre el denominado caso Matsa, la subvención concedida a la empresa en la que trabajaba la hija del señor Chaves, ha sido un golpe mucho más duro de lo que se aparenta para un partido como el PSOE que va perdiendo toda esperanza de remontar el vuelo en la intención de votos.
La presentación de la candidatura de Petronila Guerrero, en Huelva, el pasado fin de semana, llegaba envuelta en un ambiente gélido de quienes parecen resignados a perder, no ya unas elecciones municipales, sino el territorio que a lo largo de la reciente historia democrática ha sido el referente principal del PSOE en España. No hay experiencia de un gobierno diferente al socialista en Andalucía, pero sobre todo no la hay para los propios socialistas, que durante tres décadas han mantenido un pálpito que más que político ya es personal. Cualquiera que piense en un cargo socialista de cualquier rango, sea en la provincia que sea, lo entiende como una persona que forma parte del poder, no tiene perfil particular ni privado ni profesional, es un eslabón de una nomenclatura que ha creado cultura interna: la forma de hablar por mimetismo con los líderes, de vestir ya sea en la vida oficial o en el ambiente de partido, de mentir y creerse un discurso que nada tiene que ver con su condición de personas del común y que se contradice con su propia realidad… Es decir, toda una arquitectura mental y social que ha situado a los socialistas como miembros de un mundo creado a placer gracias a un poder que pensaron sería eterno, al menos de por vida para quienes lo ocupan en sus diferentes niveles.
La evolución del “desapego” de la sociedad con el poder político socialista en Andalucía corre como un torrente y multiplica su velocidad sin que, de momento, haya síntomas de que pueda detenerse. Por el contrario, la oposición, representada por el partido que lidera Javier Arenas, ha cruzado el hito en el que se convierte en un imán social que aumenta su capacidad de atracción a medida que la gente corriente ve en ella la cara del poder futuro y sobre todo algo distinto a lo que existe.
Hace tres años, posiblemente nadie pensara que el PP de Arenas podría conseguir mayoría absoluta al final de esta legislatura. Hoy, en cambio, se observa un movimiento ambiental que parece querer empujar a la realidad existente para que llegue al final del camino pronto, antes de que la propia sociedad se hunda en una asfixia empujada no sólo por la crisis económica sino por el hartazgo de un discurso dominante que se muestra arcaico e impotente, inútil y falso.
Las elecciones municipales, en este contexto, pueden convertirse en una mueca del destino para quienes lo que quieren no es ya que continúe o cambie un alcalde o alcaldesa, sino que esta región, que ha permanecido anestesiada durante tanto tiempo, empiece a respirar por encima de los límites impuestos a la libertad de información, de opinión, al control de la sociedad y a esa especie de xenofobia política que consiste en despreciar y perseguir todo y a todos los que no pertenecen al partido en el poder.