miércoles, 18 de mayo de 2011

Actitudes frente a los indignados

Acampada en la Puerta del Sol

Por regla general, tanto los partidos como los sindicatos convencionales tienen un miedo común: todo lo que no controlan procuran desactivarlo. El movimiento de los indignados, DRY o 15-M es algo sobre lo que, de momento, casi todo el mundo se muestra expectante. Se está escrutando quiénes mueven la operación, a qué responden y a quién puede favorecer este fenómeno.

Sin embargo, los congregados en la Puerta del Sol están demostrando ser un colectivo muy pacífico, cuidan el mobiliario urbano, se organizan para hacer la limpieza, evitan a los posibles violentos, y se han ganado las simpatías de los vecinos, que incluso les ofrecen alimentos y bebidas con una complicidad evidente. Resulta muy fácil para la mayoría de la gente común simpatizar con este fenómeno, al menos mientras no se desvirtúe con la presión de antisistemas o sectores políticos o económicos interesados.

Los políticos están desarmados antes este nueva realidad. Es más, la clase política parece haber envejecido lustros en un día mientras hace su campaña electoral al margen del movimiento de los indignados. No saben cómo abordar el asunto y temen acercarse a él para no ser rechazados, como le ha ocurrido a Tomás Gómez, candidato del PSOE a la presidencia de la comunidad de Madrid.

Sin embargo, se echan en falta algunos requisitos imprescindibles: organización,  liderazgo y objetivos concretos a conseguir a corto plazo. Hay quienes creen que para cubrir estas necesidades, los indignados han de formar un partido político. Si así fuera tendría que ser distinto a los convencionales. Pero no sería mala idea que naciera una organización política que superase ideologías convencionales e impotentes a estas alturas de la historia, diferencias sociales y generacionales, y empezara a luchar por una serie de imperativos que unen a millones de personas de una sociedad que, aunque los políticos convencionales traten de ignorarlo, tiene una cultura urbana muy distinta a la de hace treinta años, es decir, al comienzo de la transición que derivó en la actual situación política.