Si a los partidos convencionales les quedara un mínimo sentido de la realidad, prestarían atención al movimiento 15-M o Democracia Real Ya. Todo apunta a que el pulso que se está produciendo en la Puerta del Sol puede ser el inicio de un fenómeno, no organizado de momento, pero con capacidad para cuestionar no ya el sistema sino el propio sentido de los partidos y sindicatos que tienen su origen en el siglo XIX.
El movimiento DRY, uno de los muchos que tiene su origen en el libro “Indignaos”, de Stéphane Hessel, que se comentó aquí hace unas semanas, no responde a una uniformidad de clases sociales, ni siquiera de generaciones concretas, sino a un cúmulo de segmentos populares que tienen como denominador común el rechazo a una clase dominante global, tanto económica como política, que no es capaz de responder a sus necesidades reales.
Hasta ahora, las reacciones globales a los problemas han chocado con la incapacidad de la clase dirigente para entender los movimientos que las promueven. Desde los arrabales de París a las manifestaciones de Grecia, pasando por el mundo árabe, las convulsiones parecen diferentes pero tienen en común el levantamiento de un amplio sector de la población oprimido por la falta de expectativas.
Lo que relaciona hoy a la gente del común no es la ideología, que no existe, ni la pertenencia a una clase social determinada, concepto ya superado, sino la condena de millones de personas a las clases dirigentes ante un futuro incierto, en un mundo en el que los agentes tanto políticos como económicos nadan en el fango de la corrupción sin el menor rubor, seguros de que controlan los mecanismos de una democracia cada día más imperfecta.