
En la reciente convención celebrada por el PP en Sevilla, Mariano Rajoy, en un encuentro informal con periodistas, se mostró convencido de que Rubalcaba sería su antagonista en las próximas elecciones generales. El propio José Blanco, hombre de confianza de Zapatero, ya reconoce que Rubalcaba es una opción posible como cartel de las próximas generales. Y, previamente, Felipe González, en una serie de declaraciones poco comprendidas por muchos, ha reiterado que casi se arrepiente de no haber autorizado la voladura de la cúpula de ETA cuando pudo hacerlo.
En primer lugar, Felipe González, con este tipo de declaraciones sólo estaba allanando el camino para lo que sabía le iba a llegar a su hombre en el Gobierno de Zapatero, Rubalcaba, que es quien representa al felipismo, un movimiento vivo aún que ha tenido que hacerse cargo de la orientación del partido y del Gobierno con el propio Rubalcaba y Jáuregui, más importantes apoyos mediáticos, ante la peligrosa deriva que para los intereses de la empresa socialista suponía el hundimiento del actual presidente. Era como si Felipe tratara de decir que cualquier acción contra ETA, incluido el asesinato, podría estar justificado desde alguna perspectiva, y por tanto los Gal y con ellos los que estuvieron presentes directa o indirectamente en aquel episodio de la historia de nuestra democracia, Rubalcaba incluido. González estaba, no sólo exculpando a Rubalcaba, sino tratando de convertir en algo positivo una posible carga mortal contra ETA, para lo cual aludió a la masacre de Hipercor como un icono justificativo en el plano sentimental de la ciudadanía.
Si Rubalcaba va a ser el cartel del PSOE en las próximas generales, uno de los puntos de referencia de este político va a ser Andalucía, y no sólo por el hecho de que el actual vicepresidente sea diputado por Cádiz, sino porque sin el necesario aporte de votos andaluces, el PSOE no tiene nada que hacer en las generales y por tanto tampoco Rubalcaba, que se arriesgaría al fracaso. Hay que tener en cuenta que esas generales y autonómicas se celebrarían después de las posibles pérdidas de Extremadura y Castilla La Mancha, lo que haría más desesperada si cabe la necesidad del PSOE de salvar Andalucía.
Si la batalla más cruenta de las próximas generales se va a librar en Andalucía, el principal afectado va a ser Javier Arenas, frente a un político como Rubalcaba a quien se considera no sólo un personaje proceloso con sus innumerables sombras sino un experto en guerra sucia por lo que a la política se refiere. Es decir, Andalucía puede convertirse en un escenario de lucha sin cuartel con un PSOE que tendría en esta región además de su acostumbrado granero de votos, el último bastión a librar no ya para ganar las elecciones sino para evitar el hundimiento del propio partido una vez pase a la oposición con pocos enclaves regionales bajo su control.
El hecho de que Javier Arenas haya desempolvado el caso del 11-M tiene una lectura interna en el PP que no es baladí, sin embargo por limitarnos el argumento del líder andaluz, en primer lugar, son muchos en este país los que aún tienen graves sospechas sobre aquel episodio de nuestra historia reciente que le dio la vuelta a las perspectivas electorales. Y, por otra parte, hay un argumento que no parece simple en lo expuesto por Arenas: todos los expertos en terrorismo están convencidos de que un grupo terrorista no actúa en un país sin establecer contacto previo con el terrorismo autóctono.
A partir de la confirmación oficiosa de la candidatura de Rubalcaba, la ofensiva contra este personaje va a estar marcada por los perfiles de un político que ha dejado muchas asignaturas pendientes a lo largo de su presencia tanto en los gobiernos de Felipe González como de Zapatero, desde los Gal al Faisán, pasando por ciertas relaciones con instancias judiciales y policiales.
En este escenario, las próximas elecciones generales/autonómicas prometen convertirse en un cóctel en el que se mezclen la desesperada necesidad del PSOE por sobrevivir en el espacio público, la peculiar personalidad de Rubalcaba y el imperativo del PP de conseguir por fin gobernar en una comunidad autónoma donde el electorado más progresista, el de los contextos urbanos, hace años que le dió su confianza con la mayoría de las alcaldías de las capitales. No es extraño, por tanto, que Arenas muestre sus armas dispuesto a presentar batalla antes de sentir sobre él las procelosas maniobras de un enemigo que va a competir teniendo en sus manos el mayor sistema de información pública que un político ha podido controlar en la democracia después de Alfonso Guerra.