jueves, 27 de enero de 2011

El poder del negocio

 La crisis que se ha abierto en el mundo de la cultura, sector del cine, con el anuncio de dimisión de Alex de la Iglesia como presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas no es un asunto menor por las contradicciones que ofrece. La relación de la cultura con la política ha tenido a lo largo de la democracia española dos grandes etapas. En la primera de ellas,  el mundo de la cultura colaboró de forma muy digna con la transición y la recuperación de las libertades, en muchos casos ofreciendo la lectura épica de la historia colectiva vertida en textos, canciones y películas. Hubo artistas con escasa calidad que se salvaron por su compromiso y grandes artistas sin compromiso a los que se les negó la calidad que tenían. Sin embargo y a pesar de todo, sin el mundo de la cultura, la transición posiblemente no habría sido lo que fue.
La segunda etapa de esta relación política-cultura se produce a finales del felipismo y sobre todo con el zapaterismo. El maridaje entre un sector del cine y el poder político tiene que ver con la necesidad de parte de lo que llamamos artistas de sobrevivir con fondos del estado. Y de esta forma, a cambio de contar con un cine muy subvencionado, directores y actores se alinean con el zapaterismo, conforman la imagen de la ceja como icono aberrante de una sumisión, se manifiestan con intereses partidistas y crean una estética que, curiosamente, se copia de Hollywood –Gala de los Goya, por ejemplo-, algo tan denostado siempre por la izquierda, pero que ya cuenta en su haber con importantes artistas de este segmento político paseando por la alfombra roja bien reconvertidos en productos de consumo.
La diferencia entre la izquierda y la derecha en este debate está en que la primera cree en el mercado y la segunda en la subvención. Y quienes no son capaces de competir en el mercado no tienen más remedio que acudir a la subvención. La consecuencia es que a cambio de la sumisión política del artista de turno, éste recibe una subvención, crea –por llamarlo de alguna manera- un mamarracho al que llama obra y cuando no consigue público suficiente concluye en que el cine está en crisis. 
En este contexto, Alex de la Iglesia ha anunciado su dimisión como presidente de la Academia del Cine arrastrado por el debate sobre la denominada Ley Sinde, es decir, la relación entre el precio de una obra –el mercado defendido ahora por quienes antes lo aborrecían- y la gratuidad de esa democracia anárquica en que se ha convertido la red.
En primer lugar, algo debe de tener la legislación para proteger la autoría o mejor el precio de la obra cuando incluso los papeles de Wikileaks han demostrado que desde la Administración de EEUU se ha presionado al Gobierno español para que esa normativa salga adelante y pronto. Y posiblemente, este interés, que ha creado cierta ansiedad en el Gobierno de Zapatero, esté relacionado con el inmenso negocio que supone Hollywood y el peligro que para este centro industrial representa la red, la bajada de películas y lo que se denomina pirateo. Es decir, que aquellos que desde una supuesta izquierda deploraban el mercado y abominaban de lo americano, ahora agachan la cabeza ante Hollywood y no precisamente por la calidad de sus obras –algo que podría ser comprensible- sino por evitar que caiga el negocio del amigo americano… Todo un dechado de coherencia y dignidad.
Alex de la Iglesia ha intentado compaginar los intereses del cine de mercado y el de los internautas, se ha molestado por las componendas políticas que se han producido en torno a la ley Sinde y quiere irse después de la gala de entrega de los premios Goya. Pero la ministra de Cultura, que también proviene del mundo del cine, quizás tema que Alex cierre la gala con cualquier numerito testimonial que no sea dibujar la ceja con su mano izquierda. Es decir, que el Gobierno reciba un golpe estético en pleno escenario y desde el sector que tanto mimó para que le hiciera de comparsa en las manifestaciones y campañas.
Todo esto, como se observa, es una gran mentira, un show que nada tiene que ver con la cultura. La ley Sinde, retocada, saldrá adelante porque de la misma forma que en materia de economía nos gobierna Bruselas, la cultura como negocio depende de los grandes distribuidores y creadores, que hoy por hoy están en EEUU. España sigue siendo una colonia cultural americana, lo que pasa es que mientras en los años sesenta esto se transformaba en la admiración por las películas del oeste, hoy quienes gobiernan y sus comparsas aspiran incluso a que de vez en cuando les den un Óscar…