
Los sindicatos, a cambio, tratan de cubrir que aceptan todo lo que propone Zapatero, entre otras razones porque su supervivencia económica depende de los fondos públicos, y preparan la puesta en escena del “trágala” de la jubilación a los 67 años, la reforma laboral y todo lo que venga. Los sindicatos, en realidad, sólo constituyen hoy una casta burocrática que cobra del Estado, una especie de seudofuncionarios liberados y que irán perdiendo poder a medida que las reformas vayan rediseñando el concepto de negociación colectiva.
Mientras tanto, ya hay determinados círculos de opinión internacionales, el Financial Times, por ejemplo, que aseguran que Zapatero es el único que puede llevar a cabo las reformas que necesita España. Es decir, hay quienes piensan que el actual presidente tiene bien cogido a los sindicatos, y ofrece así una garantía de que no habrá conflictividad social que obstaculice los fuertes ajustes que este país necesita.
En todo esto hay mucho de propaganda interesada, bien pagada incluso, y de oportunismo de una clase sindical a la deriva y con un futuro incierto, sumado a la convicción de un Zapatero al que no le queda más camino que aparentar que se inmola por el bien del país.
La pregunta que cualquiera se puede hacer es la siguiente: ¿si Zapatero cree que el mejor programa que se puede presentar para resolver la situación de este país es el contrario al que él defendió en las elecciones, cómo pudo ganarlas? Habrá que pensar, como dijo Guerra en cierta ocasión, que el pueblo se ha equivocado. El problema es que ya es demasiado tarde y ahora nos encontramos con un timonel que tiene que seguir un rumbo para el que no está preparado.