miércoles, 19 de enero de 2011

El último trueque

 Después de dar un giro de 180 grados en su política económica y laboral, de empezar a gobernar con un programa radicalmente distinto al que presentó en las elecciones, Zapatero dio ayer un paso más a la contra, esta vez en el campo de la energía. El presidente ya acepta alargar el plazo de vida de las centrales nucleares, empezando por la de Garoña. La excusa para esta nueva vuelta de tuerca es que Zapatero quiere entregarle este triunfo a los sindicatos para que a cambio acepten la reforma del sistema público de pensiones.¿Qué tienen que ver las pensiones con la energía nuclear?
En primer lugar, la reivindicación de ampliar el ciclo vital de las centrales nucleares era del PP. Zapatero no quiere darle esa baza a la oposición y se la entrega a los sindicatos, tratando así de fortalecer a unas centrales a las que ha hundido llevándolas al desprestigio, prometiéndoles que mantendría una política social en la que ha declinado a toda prisa por orden de la autoridad competente.
Los sindicatos, a cambio, tratan de cubrir que aceptan todo lo que propone Zapatero, entre otras razones porque su supervivencia económica depende de los fondos públicos, y preparan la puesta en escena del “trágala” de la jubilación a los 67 años, la reforma laboral y todo lo que venga. Los sindicatos, en realidad, sólo constituyen hoy una casta burocrática que cobra del Estado, una especie de seudofuncionarios liberados y que irán perdiendo poder a medida que las reformas vayan rediseñando el concepto de negociación colectiva.
Mientras tanto, ya hay determinados círculos de opinión internacionales, el Financial Times, por ejemplo, que aseguran que Zapatero es el único que puede llevar a cabo las reformas que necesita España. Es decir, hay quienes piensan que el actual presidente tiene bien cogido a los sindicatos, y ofrece así una garantía de que no habrá conflictividad social que obstaculice los fuertes ajustes que este país necesita.
En todo esto hay mucho de propaganda interesada, bien pagada incluso, y de oportunismo de una clase sindical a la deriva y con un futuro incierto, sumado a la convicción de un Zapatero al que no le queda más camino que aparentar que se inmola por el bien del país.
La pregunta que cualquiera se puede hacer es la siguiente: ¿si Zapatero cree que el mejor programa que se puede presentar para resolver la situación de este país es el contrario al que él defendió en las elecciones, cómo pudo ganarlas? Habrá que pensar, como dijo Guerra en cierta ocasión, que el pueblo se ha equivocado. El problema es que ya es demasiado tarde y ahora nos encontramos con un timonel que tiene que seguir un rumbo para el que no está preparado.