
Si incierta promete ser la situación este año en Andalucía, aún es más grave el estado en que se encuentra el Gobierno de la Junta, que sería el que tendría que liderar una política de recuperación. La sensación de derrota que tan anticipadamente ha asumido el partido en el poder, aunque lo niegue de cara a la galería, y la falta de iniciativas que se ha observado en este último año, inducen a pensar que esta región se va a ir arrastrando lánguidamente, con una resignación asfixiante, hasta las próximas elecciones, en las que podría cambiar el panorama político actual. Es más, no sería extraño que si las próximas elecciones municipales se resolvieran con un duro castigo al PSOE, de la misma forma que hay quienes cuestionan ya la continuidad de Zapatero como candidato, hubiera quienes hicieran lo mismo con Griñán. La dinámica preelectoral es perversa cuando de asumir la realidad se trata. Tanto es así, que a los políticos en el poder les suele servir a veces de excusa para alejarse de la realidad y los compromisos a los que están obligados.
Si se analizan con detalle los dos últimos años, los más graves de la crisis, el Gobierno andaluz no ha puesto en marcha realmente –otra cosa son los anuncios y la propaganda- ninguna medida que permita aventurar que tiene iniciativas rentables para la economía regional. Y no se trata ya de las frívolas promesas de modernizaciones sucesivas que marcaron el anterior Gobierno de Chaves, sino de cualquier programa que no sea dejarse llevar por la rutina del Gobierno central. De tal forma que igual que Zapatero permanecía esperando a que la economía europea tirase de España, hasta que los supervisores y algunos líderes extranjeros le obligaron a coger el paso, en Andalucía, Griñán no tiene a nadie que le imponga un programa de reformas. El actual presidente de la Junta sigue esperando lo mismo que esperaba Zapatero, que en Andalucía, por ser la tierra de María Santísima, se puede confundir con un milagro.
Ante las perspectivas que refleja el último informe de Analistas Económicos, no sería extraño que el último tramo de la legislatura andaluza estuviese marcado por una grave conflictividad social, que ya se apunta incluso en el citado trabajo de los técnicos de Unicaja, donde se augura un empeoramiento del índice del clima laboral. Y en regiones como la nuestra, las convulsiones sociales, cuando tienen su origen en necesidades elementales, pueden deparar sorpresas desagradables. Un territorio como el andaluz, al que se le ha mantenido dormido durante tanto tiempo, alejándolo de la productividad y la competitividad, puede reaccionar de cualquier forma si un día se despierta y comprueba que lo han estado engañando quienes sólo aspiraban a mantenerse en el poder.