
Hay, como se observa, una contradicción permanente entre lo que la experiencia dice que hay que hacer y la conveniencia se niega a aceptar. El problema de la conveniencia es que sólo conviene a quienes están en el poder, cuyos intereses no coinciden con los de la mayoría de la gente.
Sin embargo, el mensaje principal de la intervención de Felipe González ha sido el nuevo aviso a Zapatero: “Cada vez le queda menos tiempo para decir que se va”. A medida que se acercan las elecciones, el no de Zapatero se ofrece más complicado por las consecuencias que tendría para un partido que ha de recomponer un nuevo liderazgo con un proceso interno que pasa por las primarias.
En la reciente convención de Zaragoza, muchos creían en el PSOE que Zapatero iba a anunciar que se iba. Pasó la convención y el temor se incrementó al ver cómo el presidente sigue tratando de manejar unos tiempos que ya no le corresponden. Hasta el propio Blanco, hombre leal a Zapatero, llegó a cuestionar sus palabras diciendo que su sustitución no seria rápida sino que tendría que cumplir un largo trámite y por lo tanto con riesgos de crisis y polémica interna.
En este escenario no sería extraño que quienes hasta ahora han repetido hasta la saciedad que respetarán la decisión del presidente e incluso que querrían que siguiera, dándole así la oportunidad de que la iniciativa de irse sea suya, terminen empujándole para que no le haga al futuro del partido más daño del soportable.
Cuando los medios que promocionan a Rubalcaba como alternativa le tiran de la lengua a González para que ponga su autoridad moral al servicio de la sustitución, le están diciendo a Zapatero que están dispuestos a forzar la cuerda hasta obligarle a anunciar que se irá. La cuestión es saber hasta qué punto quiere el actual presidente mantener una actitud que cada vez resulta más patética.